CRÍTICAS

María Emilia
¿Sabes? Me sorprendes, no encuentro otra expresión. Por fuerza, por profundidad, por atrevimiento, por adentramiento, los únicos paralelos en los que puedo pensar en el arte mexicano son Orozco y Rosario Castellanos-en literatura porque no hay otro en pintura.
Y Orozco es testimonio, denuncia como Guernica; lo tuyo es vivencia.

Arq.Luis Fernado Noriega

2011

Para María Emilia Benavides:
«Yo tenia la sensación de que Van Gogh no había tocado con su fuego inquebrantable a ningún pintor. Pensaba que sus sueños y sus pesadillas mórbidas y lucientes habían quedado sin descendencia y que con el holandés errante se habían ido de este mundo las figuras y los colores  de Vulcano. Yo estaba equivocado. Me explico. Había pasado el tiempo, mucho tiempo desde que había yo visto la pintura de María Emilia Benavides. Ante sus creaciones siempre estuve recibiendo, como si mi rostro fuera la tela, restos de azules lúdicos, pinceladas interminables de bermellones inquietos y excitantes, recibía en una sucesión veloz y plena las ondas del calor de los abismos -¿o cielos?- de las figuras que danzaban frenéticas ante mi azorada vista. Sí, la pintura de María Emilia no transita por las telas con desdoro o con miedo o con temblor de espíritu pequeño, no, mil veces no, sus lienzos, todos, son el concierto universal de las almas en pena, de los espíritus perseguidos por la lujuria, de  los cuerpos que claman amor, que piden a gritos una mano confortante, que braman  de celo, de pasión. Sí, no hay tintas medias o medios tonos mediocres o titubeos  en técnica o forma, no, son paricutines, son volcanes que arrojan al infinito el
fuego eterno del erotismo y de la pasión, son piedras encendidas que pegan de lleno en los ojos de los veedores, son -como Van Gogh- pinceladas en remolino, pinceladas en donde cabe todo el discurso estelar del sentimiento. Son pinturas que no lo dejan a uno descansar plácidamente, no -lo sabemos-, el amor, el erotismo, la pasión, no permiten a quien esté vivo el descanso, se descansará cuando dos metros de tierra cubran los cuerpos. Mientras a vivir, a abrir los ojos con desmesura, a dejar que el alma salga a llenarse de colores, a dejar que  la mente divague y se vaya, junto a los personajes de María Emilia, a recorrer
los límites del arco iris y al terminar los viajes de una exposición, llegar al  hogar, tomar una copa, encender un puro y dar sorbos al café humeante y repasar,  como una película votiva, todo el mundo que Emilia nos ha dado.»
Vale

Carlos Bracho

Enero 2011

LA INOCENCIA DE LO ABSOLUTO

Desde su aparición al indio Juan Diego, la Virgen de Guadalupe ha sido el símbolo nacional más preciado por el pueblo mexicano: constátelo el que, año con año, millones de fieles se postren ante su imagen pidiéndole ayuda y consuelo. Se trata de un acontecimiento popular cargado, en consecuencia, de fe y de ingenuidad. Y así lo plasma Ma Emilia Benavides en los cuadros consagrados a la Virgen venerada. Hablamos de obras que recrean de un modo espontáneo y sencillo el milagro suscitado, sin rebuscamientos, a la prima, dejando ser al asombro. Enigmáticas atmósferas pictóricas que asimismo atienden los modos, colores y formas que caracterizan al arte popular mexicano; pienso ahora mismo en los exvotos y en ciertas estampas religiosas que circulan profusamente entre los creyentes.

Y todo ello lo tenemos aquí cerca, ante nosotros en un acto plástico que se abisma en el misterio del mundo.

Jorge Juanes

Filósofo y crítico de Arte, México, 2002

SUGERENCIAS EN COLOR

La obra de esta artista mejicana, que ha venido a Valencia a exponer, recoge distintas y variadas opciones matéricas, con lo que el conjunto de la obra también resulta diverso. Raras vírgenes casi naifs donde la riqueza artesanal de sus vestimentas nos hablan de esa tradición en su país, dan paso a dibujos detallados realizados siempre con gran soltura e incluso agresividad.

La obra importante es la correspondiente a los óleos, sueltos y sugerentes, con amplia gama de rojos en lo cromático, y donde el cuerpo humano, siempre desnudo, es su principal batalla estética. Tal vez muy difuminados, siempre dentro de la misma gama y algo surreales, estas figuras expresan una sensualidad a la vez que poesía.

Son mundos de intimidad y de agresividad los que la artista mejicana nos plantea, para salir airosa en sus obras.

José Garnería

Crítico de arte, Valencia, España, 1996

TEXTO PARA SUGERENCIAS EN COLOR

Ma. Emilia Benavides, superando su juventud, su obra es de una madurez alentadora. Inmersa en el profundo conocimiento del color de la naturaleza en su país, de la vital interpretación de él en la riqueza de sus artesanías y en la lección de los grandes muralistas mexicanos, se expresa ahora, con una nueva y sugerente producción muy acertadamente llamada «Sugerencias en color», como expresiones vivas de su creatividad siempre presente.

Arq. Pedro Ramírez Vázquez

México, D.F. septiembre de 1996

SIN RESGUARDO: MIRADAS ADMITIDAS

Para María Emilia Benavides M. pintar cuerpos femeninos tiene algo de reverberación, de reflejo luminoso que va tras las superficies sinuosas de esos personajes de gozosa vitalidad. Son ellos y la mirada de la pintora, son las presencias que encandilan gracias al poder de sus colores. María Emilia sabe que lo femenino es zona de secretos, ella va tras esa condición en la cual los misterios parecen revelarse al ojo atento. Están frente a nosotros y frente a nuestra mirada, su tiempo es de quien las ve y las hace suyas en la intermitencia de los días. Las líneas curvas son elemento consustancial de María Emilia Benavides, que envuelve a estas mujeres con luces que procuran transparencias y con tonos que luchan por imponer su orden. El conjunto es armónico y su regularidad está dada por un principio común: encontrar el espacio. Después vendrá el uso de los colores y la persistencia de la voluptuosidad. María Emilia hace de su labor un encuentro con temas, figuras y matices que son la esencia de su trabajo plástico

Andrés de Luna

Crítico de cine, México, 2001

MARÍA EMILIA BENAVIDES:

EL COLOR ENTRE LO VISIBLE Y LO INVISIBLE, LA NATURALEZA DEL COLOR

Hay en la artista plástica María Emilia Benavides una singular destreza, adquirida a base de rigor, de explotar formas y colores, de fatigar experiencias, de hurgar en nuevas sendas, para que a los ojos del espectador cada cuadro suyo sea capaz de introducirlo en la tela y de pronto verse rodeado de formas poco comunes, de combinaciones fuertes y seres que modifican su forma para ajustarse a las necesidades expresivas de la pintora.

María Emilia Benavides ha participado en incontables exposiciones colectivas y posee en su historial muchas individuales. En ellas ha mostrado su evolución constante y su facilidad para dominar diversos lenguajes plásticos. Experimenta, juega y produce (crea) obras intensas. Existe en ella una tendencia a la experimentación. Trabaja infatigable para producir seres extraños o flores inexistentes a pesar de que recuerdan una flora familiar, un tronco común. En tiempos en los que la identidad se pierde y el artista se hace común. María Emilia mantiene bajo resguardo su propia personalidad y la plasma en la tela o en el papel. Ha logrado edificar, lo podríamos probar fácilmente con una retrospectiva, un mundo fascinante donde sólo la belleza y la inteligencia tienen cabida. Una fina sensibilidad le permite darle toques y matices delicados a seres que se antojan monstruosos, descomunales o simplemente fuera de lo normal, con frecuencia luchando entre lo visible y lo borroso. Una representación sin duda del mundo que nos rodea y amenaza devorarnos. Sin embrago, destacan cuadros que podríamos considerar dentro del tema amoroso, parejas que se aman y se defienden del medio, de la sociedad, o sensuales cuerpos femeninos alargados y con frecuencia inclinados. La obra de María Emilia es intensa y en un mundo que pierde el color, que se hace gris, que produce una flora, una fauna y una humanidad espectral, sumisa, ella mantiene los colores intensos, casi tropicales y figuras gráciles y no dominadas por malos tiempos, no aptos para la poesía, una poesía que María Emilia mantiene a toda costa y que en cada trabajo suyo le permite soñar al espectador, sumergirse en un mundo admirable, fantástico, prodigioso. Lleno de maravillas.

René Avilés Fabila

Exposición U.A.M. Xochimilco, 2001

ENTRE MARES TE FIGURO

Las grandes flores rojas, las grandes flores amarillas, son puertas a nuestro mundo interior y allí adentro reverberan en ondas magnéticas. María Emilia Benavides M. es incisiva, sinuosa, exaltada, su «mazorca» es prometéica y gira en el cielo que desea incendiarla. Sus flores se derraman violentas y furiosas. Entre sueños, el árbol de la vida su crucifica a sí mismo y sangra.

¿De qué otra cosa está hecha la pintura sino de luz y movimiento? En esta sociedad que nos habita, la obra plástica de María Emilia Benavides es una loca evasión de cuanto nos agrede. Hundirnos en ese mar de colores que nos resarce con sus azules, rojos, amarillos, el rumor de sus oleadas que se levantan para invadir la pupila. Porque eso es lo que pretende María Emilia Benavides: anegarlo a uno con sus grandes pinceladas circulares, ahogarnos para siempre en sus movimientos anaranjados, sus sombras alargadas, el frenesí de sus texturas que parecen el sueño de un anarquista.

Hemos de pedirle a María Emilia Benavides que sea fiel y siga y sufra y se incline profundamente sobre el acantilado y caiga hasta el fondo del abismo y resurja como el ave y arruine de una vez por todas las construcciones del intelecto. Escribir es pensar pero pintar es desandar el camino, pronunciar sólo sílabas desprendidas de sentido, volver a nacer como la hoja en blanco, virginal y desnuda. Casi inarticulada, María Emilia Benavides tiene algo de Lilith, la primera mujer de Adán, la que fue precipitada al fondo del infierno por adivinar que ella era su igual, que podía hacer lo mismo que él. «Por qué he de acostarme debajo de ti ? Yo también fui hecha con polvo. Yo soy como tú». A María Emilia nadie la obliga a obedecer por la fuerza y así, en un lienzo y en otro, rechaza el papel de doncella del orden común y prefiere ser una estranguladora de corderos, una diablesa aquamarina que, retadora, porta entre sus manos el ramo prohibido, las flores del mal.

Elena Poniatowska

Escritora y Periodista, CDMX, 1993

CASI UN PARAFRASEO

Quisiera buscar a la «Mazorca prometéica» para poder encontrar a María Emilia Benavides perdida en un cielo a punto de incendiarla: la piromancia emerge en todo su esplendor. Descubrir que hay amores ocultos entre la furia y la violencia, en el derramamiento de sus flores, esperanzas de que, aunque sangre, retoñe una y otra vez el árbol de la vida y su desgarramiento sea un simulacro.

Que no nos asfixiemos entre los azules, rojos y amarillos y no queden ciegas para siempre nuestras pupilas para renacer en cada lienzo y evadirnos de la agresión que nos circunda.

Seguramente que ahí se encuentra María Emilia, muy cerca de la Mazorca prometéica en otra encarnación de Lilith.

Ofelia M. de Benavides

Escritora y Periodista, CDMX,1993, (Paráfrasis del texto de Elena Poniatowska)

EL RUMOR DE LOS COLORES

Si la pintura de María Emilia Benavides M. tuviera una voz, sus inflexiones estarían salpicadas con acentos de rojos y azules, con frases cuya estructura sería vegetal, y tendría esa manera de hablar que se usa para atender al sordo coloquio de los objetos cotidianos. En su gramática no faltarían los hilos que entretejen el cuerpo de la mujer y sus misterios con el tumulto botánico hecho de berenjenas, jitomates, elote, betabeles y árboles de la vida, herbolaria frutal de la que María Emilia espiga para crear un jardín cultivado con pinceles y espátulas, que se abona sobre un campo de papel o tela y crece con la sabiduría del ojo y de la mano. En esa fronda hecha de formas y colores, el visitante del huerto pictórico de María Emilia, presentirá que tras la ambigüedad de sus figuras que se esconden, simultáneamente, el pudor de la autora y el estímulo para asediar la secreta configuración de aquello que parece evanescente o difuminado. Entonces, el contemplador percibirá en esos trabajos de agricultura pictórica, una inminencia de olores y sabores y, tal vez, mientras escriba en la gramática personal de María Emilia el nombre de Monet, recuerde la impresión de unos vagos nenúfares que se agregan al sabor de un festín inconcebible, surgido en sus ojos gracias a la alquimia de texturas y perfumes que susurran desde el lienzo, pues el mundo visual de María Emilia incita al canibalismo de la mirada: sus objetos son carnales y la carne de sus personajes es frutal, sus colores son la eminencia de un perfume almizclado por las formas, y sus objetos son un comentario de las personas, en ese torbellino de cosas que se mezclan y tienden puentes, como si fueran una sutil telaraña pictórica donde el espectador cree atrapar a la pintora, cuando el hambre desatada por las pinturas hace desear la mordedura, los rumores de la obra dirán al oído del espectador: «te he devorado previamente a través de mis colores».

Enrique López Aguilar

Escritor. México, 1992

EL RUMOR DE LOS COLORES

Si la pintura de María Emilia Benavides M. tuviera una voz, sus inflexiones estarían salpicadas con acentos de rojos y azules, con frases cuya estructura sería vegetal, y tendría esa manera de hablar que se usa para atender al sordo coloquio de los objetos cotidianos. En su gramática no faltarían los hilos que entretejen el cuerpo de la mujer y sus misterios con el tumulto botánico hecho de berenjenas, jitomates, elote, betabeles y árboles de la vida, herbolaria frutal de la que María Emilia espiga para crear un jardín cultivado con pinceles y espátulas, que se abona sobre un campo de papel o tela y crece con la sabiduría del ojo y de la mano. En esa fronda hecha de formas y colores, el visitante del huerto pictórico de María Emilia, presentirá que tras la ambigüedad de sus figuras que se esconden, simultáneamente, el pudor de la autora y el estímulo para asediar la secreta configuración de aquello que parece evanescente o difuminado. Entonces, el contemplador percibirá en esos trabajos de agricultura pictórica, una inminencia de olores y sabores y, tal vez, mientras escriba en la gramática personal de María Emilia el nombre de Monet, recuerde la impresión de unos vagos nenúfares que se agregan al sabor de un festín inconcebible, surgido en sus ojos gracias a la alquimia de texturas y perfumes que susurran desde el lienzo, pues el mundo visual de María Emilia incita al canibalismo de la mirada: sus objetos son carnales y la carne de sus personajes es frutal, sus colores son la eminencia de un perfume almizclado por las formas, y sus objetos son un comentario de las personas, en ese torbellino de cosas que se mezclan y tienden puentes, como si fueran una sutil telaraña pictórica donde el espectador cree atrapar a la pintora, cuando el hambre desatada por las pinturas hace desear la mordedura, los rumores de la obra dirán al oído del espectador: «te he devorado previamente a través de mis colores».

Enrique López Aguilar

Escritor. México, 1992

«Tu estilo es un desafío al poder de representación de cada uno y deja espacio libre para lo posibilidad de lo irreal ! Tu «estilo expresivo» deja inmóvil lo que debía ser móvil, temporal lo que debía ser intemporal e irreal lo que debería ser terreno.

El poder de expresión de tus cuadros nos fascina.

Anónimo en alemán

Querétaro, México, 1992

María Emilia, con su dominio del oficio, con su libertad creativa, está ya en una serie de realizaciones de personalidad propia y abierta a todos los temas que sugieren las formas y los colores.

Arq. Pedro Ramírez Vázquez †

Ciudad de México, 1991

CONCIERTO DE SOLEDADES

La pintura es un demonio que nace en la vecindad del silencio. Es porque la pintura calla por lo que pertenece legítimamente al régimen de la expresión. Tal es la pintura, que al primer golpe de vista nos desconcierta pero cuando nos acercamos a ella nos invita al interior de la soledad. Me refiero, sí, a la pintura de María Emilia. Su forma de componer. Su color. Su dibujo. Sus figuras. Todo pasa por la pintura y entonces, ¿Quién de nosotros se encuentra a salvo? Hénos aquí sorprendidos, envueltos en un juego de texturas o de tonos o, todo animado por golpes de mano surgidos de las entrañas. El resultado es enigmático, casi angelical y casi perverso, es también un festín de forma y materia. Y el azar a la pasión y el dolor y la muerte. Cuanto más muda la emoción, más intensa la expresión.

No cabe duda que María Emilia vive la pintura. Se la ve instalada en el filo de la navaja. En su obra existe una sinceridad innegable. La ley de la perfección le importa un bledo. Prefiere la borradura, lo en bruto, lo que después de ser construido sigue siendo lo que era: origen e inocencia. Los ocres y los negros y los verdes y los amarillos y los rojos y los azules, hacen figura sin dejar de hacer color, potenciándolo. Allí donde hay un nopal o una mirada, allí donde hay un hombre o una cosa, la materia está tanto en presencia primaria como construyendo la forma del cuadro. Por su parte el dibujo resulta un apoyo imprescindible; no quiere ganar pelea alguna, le basta con lo suyo: estructurar. Hacen falta, además agallas. María Emilia las tiene. Pone sol y sombra. Su ojo no percibe detalles, ya que se encuentra atravesado por el recuerdo del cíclope. La pintura gana entonces el rostro de lo indecible, que en cada cuadro surge respirando de manera oculta.

Un Cristo en estado de descomposición y recomposición. Una enorme boca como vagando entre remolinos de pasta y color. Cuerpos deshechos y rehechos. Fusión e impotencia. Existencias ensimismadas. Cosas cargadas de alma. Todo en actitud de reconciliación y aislamiento. A veces cerca y a veces lejos. La forma levantándose como un concierto de soledades. Como si el ojo, por una especie de visión introspectiva, abriera al final la puerta secreta que comunica el cuerpo físico con el cuerpo espiritual. El arte que carece de pasión secreta, no es arte. Puede ser un sistema de ideas, puede ser la parodia de un autómata. Pero el camino de María Emilia está en otra parte, semeja la marcha hacia un lugar trágico y abisal. Definitivamente, María Emilia no pinta solo para dejarse ver sino que nos invita a aventurarnos en nuestro propio viaje. En la pintura, o por la pintura, en la cercanía del Tao. Acabo de sentirlo.

Jorge Juanes

Filósofo y Crítico de Arte, México, 1989

ACERCA DE LA PINTURA DE MA. EMILIA BENAVIDES

Es el momento de meditar acerca de la obra que Ma. Emilia Benavides exhibe en junio de 1989, en el Poliforum Cultural Siqueiros. El propósito de la artista es sorprendernos, trabaja seriamente, es inteligente, planea su postura.

El tema «Concierto de soledades», la soledad del artista frente al lienzo, su propuesta la fuerza, el coraje, el movimiento.

No podemos olvidar que el arte genera nuevos comportamientos, que es siempre revolucionario y Ma. Emilia quiere expresarlo todo, esto determina su pintura dentro del neo-expresionismo. Su pintura no sale del caballete, ella pinta en el suelo, las técnicas y los materiales convencionales no son tan libres como ella necesita. Adapta lo tradicional a su manera y se acerca más a la tela, camina alrededor de ella, gotea, tacha, mancha gestualmente utilizando todo su cuerpo, pintando por los cuatro lados. Con acrílico, óleo, arena, polvo de vidrio, empastes y resinas. Su pigmentación y colorido es cálido, usa colores primarios, rojos, amarillos, azules, blancos y negros. Sus pinturas son de formato grande y están llenas de energía, son dinámicas. Primero mancha y luego recupera y nos habla de historias, de aventuras grotescas, inesperadas, no hace concesiones, nos transmite su angustia personal, su polémica y nos entrega a una intensidad contemplativa.

Rosario Giovanini

Directora de Galerías del Poliforum Cultural Siqueiros, México, 1989

La obra pictórica de María Emilia Benavides M., con su riqueza textural cromática, se inserta dentro de la corriente de la joven pintura mexicana, a la que Tamayo abrió sus puertas

La autora señala que trata de expresar no sólo la belleza, sino también la imperfección y el desencanto, pero aún el desencanto se transforma en ella en una explosión de formas y colores, donde las líneas sinuosas y espontáneas le imprimen una gran fuerza expresiva.

Su extraordinaria sensibilidad artística la ha llevado a una excelencia plástica.

Beatriz Huidobro

Crítica y curadora de arte, Santiago de Chile

María Emilia Benavides M., una pintora en camino al muralismo. «Arriba y adelante».

Mariana Frenk Westheim †

1898-2004, Mujer sabia, traductora, escritora, experta en museos

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